miércoles, 8 de junio de 2011

Una bocanada de aire para un Huracán en terapia intensiva


Tarde noche de domingo, cada uno de nosotros frente a un televisor. La imagen de un Ducó vacío y frío, con unos cuantos que saltan desaforados en lo alto de la tribuna Alcorta. La televisación ofrece primeros planos y se ven lágrimas en los ojos en algunos de los hombres que tienen como insignia en sus ropas un globo rojo.


Desde casa, me parecía estar viendo la escena de una película, donde un asesino sumerge en el agua sosteniendo de los pelos a su víctima. Y éste, antes que el aire de la persona se termine, lo saca violentamente y lo somete a una pregunta, a un interrogatorio sumarísimo, concreto, del cual depende su salvación, su vida, pero que tiene una única respuesta, la que el verdugo pretende escuchar. Por si fuera poco, esa respuesta es difícil, por no decir imposible de dar y no tiene mucho tiempo de pensarla. Si la responde mal, será sumergido nuevamente, ya casi sin chances de tener otra salida.

Desde el jueves pasado, cuando Estudiantes cumplió con el trámite ante el once quemero, se espera el partido con Tigre, mas con fe que con certezas. Los casi 60 minutos con el Pincha, estuvieron de más cuando en solo cuatro, los rivales alcanzaron el tercer gol en la cuenta total, con un cabezazo en total soledad y con la complicidad de Monzón del juvenil Sarulyte. A partir de allí Huracán fue pura voluntad mezclada con liviandad extrema, con lo cual Estudiantes “reguló” y solo hizo que corra la pelota y el tiempo.

Para el partido con Tigre, ante la quinta amarilla que recibió Facundo Quiroga, Pompei tuvo que echar mano a dos juveniles para formar la zaga central (Villán y Nuñez, menores de 20 años ambos), una apuesta temeraria justo ante el equipo que cuenta con el goleador del campeonato, el durísimo Stracqualursi. Pero ambos lo hicieron en forma correcta y mantuvieron controlado al peligroso grandote. Además, se hizo fuerte otro juvenil, Darío Soplán en el medio, con el auxilio del intermitente Brítez Ojeda, y el equipo recuperó una mejor versión del capitán Gastón Machín.

Estas eran todas cuestiones difíciles de esperar en la previa. Lo que si se podía prever, era la entrega de Javier Cámpora en cada partido. Se sabe que de aquí al final de la historia en este torneo, este muchacho dejará cada gota de sudor como si fuera un simpatizante más, pero con una cuota de astucia e inteligencia que ninguno de la tribuna pudiera tener.

Con esas claves, en el marco de un primer tiempo parejo, Huracán saca ventaja sobre el cierre con un rebote que toma Machín en segunda chance y de volea, que deja a Islas sin nada que hacer. Tres minutos después, una ráfaga de Lemos (que garra que le pone ese pibe !!) que llega al fondo, el centro atrás y una mano ingenua que se interpone para darnos la oportunidad de un penal a favor. Cámpora patea, Islas que se adelanta rechaza, y el rebote lo toma de forma cómoda otra vez el delantero para decretar el segundo.

Pero como para no dejarnos tranquilos, el cierre de la etapa llega con el único error de la zaga juvenil, Stracqualursi le gana a Nuñez en el salto, peina, y la pelota le queda servida a Echeverría que solo al borde del área chica, habilitado por Villán descolocado, descuenta.

En el comienzo del segundo tiempo, Huracán golpea y sorprende. Esta vez fue Zárate que guapea y pasa hasta el fondo, y sirviéndole el tercer gol con precisión extrema a Cámpora, que cumple el trámite. Allí pensamos todos que la tranquilidad añorada estaba en nuestros puños, pero no. Esteban González solo tras un centro, vence a un estático Monzón para poner el tres a dos, y dejar por delante casi media hora de sufrimiento.

Así lo fue, casi 30 minutos en los que Tigre atacó, pero sin orden ni precisión. Y cosa extraña, Huracán pudo aguantarlo, e incluso ampliar, de no ser por Zárate (una de cal y otra de arena) que teniendo mucho tiempo y espacio, define solo mal, al cuerpo del arquero rival, Ardente. Minutos antes, en un infortunado choque con Núñez, Daniel Islas había tenido que dejar la cancha con una seria lesión, que lo llevó derecho al hospital.

Las lágrimas del final en varios ojos, como en los de Pompei, dan cuenta de un desahogo. La imagen que se me presenta, se describe en la escena de película violenta y de final incierto. A partir de esa vacía y fría tarde del Ducó, ese final incierto, tiene un dueño, que es Huracán. Todo depende de su respuesta.

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